Como todos los 20 de julio ayer en Argentina celebramos el Día del Amigo, fecha que se eligió en honor a la llegada – ¿o no?- del primer hombre a la luna. Con alunizaje o no, esta es una tradición que en este país, que honra la amistad con un fervor religioso, se repite todos los años llenando bares y restaurantes.
En esta oportunidad quiero dedicarle el post del día del amigo a mi mejor amigo en la cocina, al que nunca me falla, al que me consuela cuando estoy mal y me acompaña cuando estoy feliz. Él, con sus mil cualidades, sabores y texturas, hace que mi vida sea mejor. Porque sin ÉL, realmente nada tiene sentido. Hoy, en el día del amigo, quiero darle las gracias al único, el inigualable e infaltable: Queso.
A las 4 de la tarde pasó Nacho por casa, mi nuevo proveedor oficial de quesos a quien les recomiendo con los ojos cerrados. Envueltos en papel de aluminio me traía tres discos de camembert y 600 gramos de un queso azul suave y sedoso. Para mi, la mejor forma de terminar la semana.
Pocas cosas en la vida desbordan más mis sentidos que un buen queso fundido, asique no había dudas sobre lo que iba a cocinar: Camembert asado sobre un colchón de hojas verdes. Menos, es más.
Para asar el queso, simplemente se pone sobre un molde (de tartines, o souffle), se corta un disco sobre la corteza superior y se le pone aceite de oliva, ajos fileteados y perejil o romero fresco. Se pone en un horno fuerte hasta que la parte superior esté dorada y nada más. El queso, noble y elegante, hace todo el resto.
Para acompañar, hojas de lechuga, radicheta, brotes de rabanito y unos tomates cherry. Sacamos el queso del horno y con cuidado, como haciéndole un mimo, lo ponemos sobre la ensalada.
Después, a disfrutar. Gracias, y sepan que si me dicen que “soy un queso”, siempre les daré las gracias.
Hasta la próxima! Y Feliz Día del Amigo!!!
Datos de Nacho, por favor!
Cuántas cualidades que tiene el queso como amigo, poco importan las circunstancias de la vida en las que uno se encuentre, el queso siempre está.